viernes, 13 de junio de 2008

....CONTINUACIÓN




La mente humana es juguetona. Le gusta ponernos trampas.

Error y confusión se dan la mano. Son un binomio, pero no son idénticas. Mientras que errar consiste en ejercer una opción equivocada, creyendo que es la correcta; confundir es no discriminar entre dos o varias posibilidades. Agazapada detrás del error siempre cohabita la emoción

Acostumbrados como estamos a explicar y resolver todos los acontecimientos de nuestra vida con el hemisferio izquierdo del cerebro, con nuestra parte racional, tenemos olvidado que las decisiones que tomamos han pasado antes por el tamiz de la emoción.

Siempre estamos en acción. Constantemente tomamos decisiones -o no las tomamos, que es lo mismo aunque no sea igual- como seres en interrelación con el medio que somos. Algunas de ellas nos crean problemas, nos hacen sentirnos infelices.

La equivocación está en el punto de partida, en la vía de conocimiento elegido; en pensar que el error procede de una equivocación, no de la confusión emocional que subyace.

Los matemáticos saben que los problemas sirven para ejercitar la capacidad de resolverlos; aunque nos cueste errar, siempre tienen solución. La confusión esta inserta en un espacio inexistente mucho más pristino.

Para entendernos con nosotros mismos no necesitamos saber sumar, eso es necesario y conveniente para ir a la compra. Tenemos que pararnos, mirarnos por dentro y descubrir dónde está la confusión, no el error, que es la punta del iceberg, la praxis de nuestra confusión.

Naturalmente que, si nuestro hombre hubiera utilizado la razón, no habría muerto; pero primero tendría que haber pedido permiso a sus emociones.

En nuestra vida emocional -que atraviesa todas las otras vidas- los errores como producto de la confusión los pagamos muy caros; nos cuestan eso: la vida.

Oscar Wilde lo dijo mucho mejor que yo: "Es más difícil salir de la confusión que del error".


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