miércoles, 3 de septiembre de 2008

CALAMBUR


Mi abuela materna nació en 1888. Por aquel entonces aun subsistían reductos del Antiguo Régimen. Por la condición de guardia civil de su padre vivía en una finca; "en la finca del Sr. Marqués", como ella decía.

Siempre vistió de negro, añadiéndo un luto a otro, como era la costrumbre al uso. La recuerdo trenzándose el pelo y recogiéndoselo en un moño. Nunca se cortó la melena. Por las tardes se ponia un mandil limpio para disfrutar de su ocio que consistía en hacer bolillos o ganchillo y, rememorándo épocas pasadas decía: "Cuando vendrá la tarde pa echarme a hilar".

Era una mujer de pueblo castellano: sobria, auténtica y genuina; con un sentimiento trágico de la vida y ese gracejo áspero que caracteriza a las gentes de castilla.

De una gran afectividad contenida, fue la persona por la que más querida me sentíi en la infancia sin que su pudor le permitiera la mediación del contacto físico.

Me contaba muchos chascarrillos. Recuerdo aquel de..."Entre un clavel blanco y una rosa roja, su majestad escoja". Yo reía. Ella, una mujer que malamente sabía leer y escribir adaptaba la historia a su manera...la reina era la mujer de Alfonso XIII, Victoria Eugenia de Battenberg y, el autor de la anécdota, un bufón de palacio. Cómo iba a saber mi abuela, como descubrí años más tarde, que la anécdota era el calambur más famoso de Quevedo y que la reina era, en realidad, Mariana de Austria, la segunda esposa de Felipe IV.

Cada día pienso en ella; con sus ojos almendrados y su bigote de carabinero. "¡La mujer bigotuda, desde lejos saluda!", clamaba rebelándose cuando yo intentaba desposeerla de algo que consideraba tan suyo.


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