UNA HISTORIA DE AMOR
La pequeña mariposa esta prendada de la lavanda. Intenta camelarla. La corteja revoloteando coqueta entre sus brazos. La lavanda, encandilada y seducida, deja que se pose suavemente sobre ella y la besa.
La lavanda tiene más amantes: las abejas no pueden resistir sus efluvios y se disputan su nectar. Su unión florece con la miel de lavanda.
La naturaleza es un todo en el que no sobra nadie. Sólo cuando la alteramos nos devuelve desequilibrios.
Desde mi posición de observadora mediada y limitada por mi propio diseño perceptivo, nunca sabré la última pregunta: ¿Quién es, qué siente, cómo vive...la mariposa, las abejas, la lavanda.? Lo único que puedo hacer es respetarlas y amarlas. No son a mi medida, pero participan como yo de la vida y eso, nos iguala.
Siempre he respetado a todos los seres vivos, tal vez de una manera mística y panteista. Creo que todos esconden secretos imposibles de desvelar. Eso les hace atractivos ante mis ojos más profundos.
Jamás utilizo uno de esos monstruos insecticidas en forma de aerosol...me recuerdan a los gases nazis...¿qué sentirá el pobre insecto bajo esa lluvia letal?
Recuerdo una vez que a Isaac y a mi nos visitó una cucaracha. Le gustó la habitación de mi hijo. Debia tener dieciocho años y, al igual que a mi, le repelían los atentados contra la vida. Desmontamos literalmente la habitación para encontrarla. Allí estaba ella, agazapada y muerta de miedo...supongo, ante la percepción, en la forma que sea, de dos gigantones como nosotros. Con mucho cuidado, le proporcionamos una rampa con papel de periódico para la huida y le abrimos la puerta de casa.
Con tanto trasiego nos dio la madrugada...pero dormimos con la conciencia tranquila: ningún ser vivo que nos brinde el honor de entrar en nuestra vida, habrá firmado su sentencia de muerte. Y no le dimos unas monedas y un bocadillo porque, con las prisas, se fue sin despedirse.
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